Guilherme Cavalli*, desde Glasgow
*Periodista que escribe sobre temas socioambientales. Coordinador de la Campaña de Desinversión en Minería
Lunes 08 de noviembre, 09h00 (GMT, UTC +0), semana 45, año 2021 . Comienza la segunda semana de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático: la COP 26. El evento trae a Glasgow, Reino Unido, debates de diferentes actores sociales, a veces antagónicos, que se supone componen mesas de diálogo para encontrar caminos comunes para el futuro del planeta. Sin embargo, en un juego de contradicciones, la 26ª edición de la conferencia sobre el clima despunta como un evento “solo de fachada“.
Las cuestiones que impregnaron la conferencia en la primera semana del evento fueron más allá de las acciones para neutralizar las emisiones de gases nocivos hasta mediados de este siglo. Se refieren al modelo de relación entre el Norte y el Sur global. Cuánto están dispuestos los países del norte, con sus corporaciones, a disminuir sus economías y reducir los “beneficios” para limitar el calentamiento de la temperatura media global en 1,5 ̊C? Si los patrocinadores de la COP 26 se utilizan como criterio para responder a la pregunta que retoma el dilema entre economía y ecología, los indicadores serán ciertamente tristes. Las 11 empresas seleccionadas como “socios principales” de la COP 26 causan más contaminación de gases de efecto invernadero a nivel mundial en 2020 (350 millones de toneladas) que la producida por Colombia, Perú, Venezuela y Chile, que en conjunto emitieron 390M de toneladas en 2019. Las contradicciones se amplían al incluir una mirada a las relaciones laborales, el medio ambiente y los derechos humanos del actual modelo económico extractivo.
Las falsas soluciones climáticas parecen guiar el debate oficial del evento, que también se caracteriza por ser una de las COP menos transparentes: los diálogos que construyen los acuerdos se detienen en los gobiernos de los Estados, sin una participación libre de la sociedad civil. La plataforma online del evento también presentó inestabilidad y dificultó el seguimiento, y los espacios internos de la conferencia se organizaron para un diálogo entre iguales. En la misma dirección de la opacidad de las discusiones, se toman decisiones históricas sin una participación directa de los principales interlocutores, como en el caso del fondo de financiación del clima para los pueblos indígenas de 1.700 millones.
En actos paralelos a la COP 26, como en el Tribunal Internacional del Derecho de la Naturaleza, Naniwa Huni Kuin, un indígena de Acre (Brasil), llamó la atención sobre las iniciativas “tomadas para nosotros sin nosotros”. “Son eventos que debaten soluciones sin tener en cuenta a los principales protectores de la Tierra. Parece que la COP 26 se ha convertido en un evento para decidir el precio del carbono en políticas que siguen promoviendo la invasión de territorios, como el propio crédito de carbono”, destacó el líder indígena. La crítica también fue hecha por el líder indígena Dinamã Tuxá, de la coordinación de la Articulación de Pueblos Indígenas de Brasil (Apib), durante el diálogo sobre el Espacio Brasil, en la Zona Azul de la conferencia climática. “Son iniciativas que nos producen aprensión porque son, de nuevo, acciones colonizadoras. Los países ricos, y principales emisores, debaten sobre las acciones para los pueblos indígenas sin una representación de los pueblos. El proceso se inicia de forma cruda”, subrayó el abogado indígena.
Horizontes en los pueblos indígenas y en la juventud
Ampliando el horizonte del estrecho fatalismo que actúa como analgésico de las necesarias transformaciones radicales y de la capacidad camaleónica del sistema capitalista, aparecen en la COP26 los movimientos sociales, especialmente los protagonizados por los pueblos indígenas. Se trata de organizaciones territoriales que presentan alternativas a las limitadas perspectivas del capitalismo desde una convivencia re-significada con la naturaleza, que no termina en la instrumentalización de la vida y el conocimiento y su mecanismo de saqueo y apropiación neocolonial.
Los pueblos tradicionales, hoy escuchados por movimientos juveniles como Extinction Rebellion, se alejan de las píldoras analgésicas de las falsas soluciones sostenibles que formulan reajustes del sistema que está en la raíz de las crisis socioambientales que conducen, si no a un cambio radical, a un futuro catastrófico. Desde la demodiversidad que integra la creatividad popular para una profunda transformación social, rompen con el capitalismo “benefactor” y el “Estado Facilitador” defendiendo, en una pluralidad de acciones, una forma de vida que se sostiene en los márgenes del sistema hegemónico colonizador. El grito contra la mercantilización-financiación de la Naturaleza viene de las periferias geográficas, contra las políticas históricas extractivistas que fundaron el capitalismo y la modernidad a partir del saqueo y la apropiación colonial. Hoy en día, la “maldición de los recursos naturales” se cierne sobre América Latina -especialmente la Amazonia- disfrazada de “solución climática”.
Mientras los dirigentes mundiales apuestan sus últimas fichas al “extractivismo verde”, a los “créditos de carbono”, al “capitalismo sostenible”, a los “fondos para el nuevo desarrollo”, a la “responsabilidad social de las empresas”, los pueblos del Sur lanzan una mirada urgente y crítica a la ” neoliberalización del clima “. Las formas de relacionarse con la naturaleza, de organizar la sociedad y la economía de los pueblos tradicionales, que durante siglos fueron descalificadas y calificadas de subdesarrolladas e insuficientes, son hoy el aliento -quizá el único- que señala el camino para un ” punto de no retorno” que está tocando a la puerta de la humanidad. Son orientaciones hacia un “desarrollo” inverso, equitativo y sobrio, que radicalizan y rechazan las adaptaciones al sistema capitalista que minimizan la urgencia de los cambios estructurales, como la ruptura con el modo de vida imperial que construye un bienestar “del norte” y de las élites del sur sostenidas por la crisis social – climática.
Los retos de pensar en las cuestiones climáticas también desde la perspectiva de la justicia social y medioambiental implican un cambio paradigmático que va desde las relaciones interpersonales hasta la transferencia de la centralidad de la vida humana a una comprensión biocéntrica. Es un nuevo giro copernicano. Los caminos concretos para combatir la crisis climática en su matriz problemática se presentan con la desmercantilización de la Naturaleza, que pasa por el fortalecimiento de los controles ambientales, la demarcación de los territorios indígenas, quilombolas y pesqueros, y principalmente la transición gradual hacia el abandono de la economía extractiva. Se trata de exigencias abruptas, pero que sólo pueden surgir de una crisis. Y, desgraciadamente, por lo que indica la COP 26, son salidas que sólo pueden darse a través de la movilización social.